miércoles, 29 de abril de 2009

Reflexión Crónica.

Salir, hoy en la mañana, me hizo sentir que entraba en la película de Vyacheslab Rybakov "Cartas de un hombre muerto". Salvo que no había destrucción en las calles, todo parecía ser el escenario de la Tercera Guerra Mundial.
Practicamente toda la gente usaba mascarilla o cubre bocas -como solemos decir aquí-. Esto resultó diferente a hace 4 días, que salimos a hacernos de provisiones y que aunque alguna gente ya estaba protegiendose, todavía el uso de cubre bocas no era generalizando. El sábado en la calle, todavía se respiraba un ambiente casi normal, los restauranes y los puestos callejeros de tacos estaban todavía abiertos. Se veían imagenes sub-realistas o al menos carentes de sentido: señores al aire libre consumiendo tacos de sudero, algunos de los cuales con su cubrebocas colgado del cuello, mientras daban una mordida degustadora al taco proteínico. Nada parecía serio y la alerta semejaba sólo un juego. El juego de la Tercera Guerra Mundial, de la lucha bacteriológica o mejor dicho virulenta.
Sin embargo, hoy en la mañana, todo tomaba un matiz serio: salíamos de nuestras casas y veíamos alrededor gente usando mascarillas. Era como la película de "Cartas de un Hombre Muerto", que al salir de los túneles y los bunkeres nos cubríamos para no ser contaminados. La interrelación humana se reducía a lo mínimo, y el automovil era una nave espacial con la que surcabamos el espacio contaminado, quizá al regresar ya estaríamos condenados.
Al entrar al Centro Comercial Espacial parecía que a todo mundo le había dado hambre. Estaba demasiado concurrido para esa hora, que se supone es de baja asistencia. Las compras en el Supermercado se concentraban en dos departamentos: Alimentos y Farmacia. Había una larga cola para comprar tapabocas y los pasillos de las secciones de alimentos tenían una carga inusual para dicha hora de la mañana.
También, llegaban del hospital de enfrente, médicos, enfermeras y trabajadores para comprar algo de comer: un yogourt, alguna fritura, pan, una torta, un caramelo. Se les reconocía por sus batas blancas o verdes. Parecía que en vez de un centro comercial, estabamos en una sala de urgencias de un hospital. La mayoría de los médicos tenían puesto el tapabocas. Los dialogos entre la gente eran escuetos. Sin embargo, la cajera no perdió la oportunidad para comentar que al parecer una enfermera del hospital se encontraba gravemente enferma. Nadie más comentó nada, ni para confirmar, ni negar el hecho. Nadie preguntó nada tampoco. La gente se concretaba a hacer la compra y cerrar la transacción.
Nosotros nos movimos en los pasillos con relativa tranquilidad, pero prontitud. No hicimos las compras de víveres con prisa, hasta disfrutamos, en cierta manera, el estar fuera de nuestra guarida. Sin embargo, tampoco teníamos razones para tardarnos demasiado, no compramos cosas superfluas, nos limitamos a la compra de verduras, fruta, carnes, leche y queso. Adquirimos también tortillas en paquete, y hasta nos dimos el gusto de un helado, pues pensamos que la vida hay que disfrutarla mientras se puede.
En ese momento, reflexioné sobre la clase trabajadora del país, en aquella que no puede darse el lujo de dejar de laborar. Aquella que vive al día o quincena a quincena, pensé en los otros heroes que no son médicos, ni enfermeras, en las muchachas que atendían en Salchichonería, o en los jóvenes que desempaquetan los productos para ponerlos en la estantería. Miré a las señoras de edad trabajando en la panadería.
En esas cavilaciones estaba, cuando la cajera comentó lo de la enfermera enferma, no atiné a decir nada. Ella siguió pasando los productos y al final nos dió la cuenta. Mi mujer pagó y yo pusé todo en las cajas que se me proporcionaron, no estaban los famosos cerillos (niños empacadores). Cada cliente tuvo que llenar sus bolsas o cajas. Algo extraño para México, el país de las caravanas y las propinas.
Salimos y nuestro auto llegó, guardamos todo en el asiento trasero, y despegamos la nave. Cuando llegamos medité que no podemos dejar de hacer nuestras vidas, y que tendremos que seguir adelante con la compañía del virus.
La diseminación es amplia y universal, ya no es reversible.

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