sábado, 2 de mayo de 2009

Reflexión Crónica IV

En Semana Santa nunca salgo de la Ciudad de México, es la mejor época del año para estar aquí.
Miles de vacacionista dejan la ciudad y saturan las playas de la República. Sin embargo, para los adictos a este lugar, es el mejor momento para pasear y disfrutar. Las calles lucen semi vacias, y se puede llegar a todos lados a tiempo. Pienso que la ciudad sería perfecta así, con esa cantidad de gente, entonces sí tendríamos un vida de Primer Mundo. Una ciudad con servicios, movilidad y hasta orden vial.
Desgraciadamente, ninguna epidemia va a vaciar nuestra calles, y el D.F. en Semana Santa es un sueño utópico que ocurre sólo una vez al año. Para visitarlo, las fiestas católicas mayores son el mejor momento. El viacrucix diario termina cuando Cristo está en la cruz, no hay aglomeraciones salvo en Iztapalapa y en La Villa.
Hemos visto a los penitentes pasar algunas veces rumbo al cerro de la estrella. Este año no asistimos, pero la representación cada año es semejante, siguiendo la tradición de siglos: niños y adultos con túnicas negras, coronas de espinas en la cabeza, pies descalzos y cruces de diversos tamaños sobre la espalda suben hasta la punta, donde se lleva a cabo la representación de Viernes Santo.
La ciudad queda pues desierta de vacacionistas y de fieles, los paganos podemos ir al teatro, al cine, a tomar un helado, o todo junto pues tiempo nos sobrará. Ir de Norte a Sur usualmente una Odisea, se convierte en un paseo dominical. Esta Semana Santa fuimos un par de veces al cine, compramos algunas cosas en el centro y el tiempo se nos pasó relajadamente. Nada anormal.

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