sábado, 2 de mayo de 2009

Reflexión Crónica III

Realmente, estamos hechos de algo muy correoso o las leyes del azar están de nuestro lado.
Habitamos en la Ciudad de México y la disfrutamos cada día como no tienen idea.
Los sábados de cada semana vamos al Centro, estamos ahí desde las 2 de la tarde hasta que se hace de noche. Tomamos clases de idiomas, comemos, caminamos, vemos espectáculos callejeros, bebemos café o tomamos un helado. El fin de semana previo a que se diera la alerta de Influenza en La Ciudad, no fue diferente. Los fines de semana anteriores tampoco.
Realmente, habíamos esperado todo el año, con mucha ansiedad la llegada de la Primavera. Para nosotros la Primavera en la Ciudad de México es como salir de un capullo, como despertar de la temporada invernal fría y llena de smog, a una temporada de cielos claros y clima benigno. Este año las condiciones climatológicas fueron difíciles, hubo poco viento, demasiado calor y por tanto la contaminación atmosférica no cedió. Las múltiples obras viales, que la ansia electoral de los gobernantes multiplicó, tampoco ayudaron en mucho a despejar el aire. La garraspera insistente y las alergias son compañeras estacionales y con frecuencia permanentes. Sin embargo, nuestro animo para disfrutar la ciudad estaba por los cielos. Como cada Primavera nos preparamos para lo mejor.
Comenzamos con la noche de Primavera, que éste año coincidió con el Spring-Break norteamericano. Nosotros reservamos un cuarto de hotel en el centro de la ciudad, para estar cerca de la acción y no tener que preocuparse por el transporte en la madrugada para regresar.
Esa noche escuchamos a Susana Zavaleta en el centro de la ciudad, nos divertimos con sus parodias y voz operística. Al terminar, entramos al Palacio del Ayutamiento, donde presenciamos una representación teatral sobre la historia del Edificio que fue cuna de los poderes de la ciudad, desde Hernán Cortés hasta entrado el México independiente. En el salón de cabildos, vimos los retratos de los gobernantes de la ciudad, desde Hernán Cortés hasta Andrés Manuel López Obrador. No recuerdo ver a Marcelo Ebrard, pero seguramente sí estaba, sólo que no lo noté por lo gris.
La representación fue a lo largo de los pasillos del edificio y fue seguida por doscientas personas, los actores estaban vestidos a la usanza de la Colonia, y nos hablaban de serenos, calles oscuras y construcciones hidráulicas y de drenaje. Las epidemias también son actrices de nuestra historia local, y en cualquier representación no puede faltar. Pero, esa noche, nos enfocamos en el anhelo del pasado, la ciudad casi provincial, sus buenas cosas, sin olvidar algunas tragedias y pasiones intercaladas, que le ponen sabor a todo buen cuento.
Salimos y caminamos por la calle 5 de mayo, plagada de gente y de estatuas vivientes. Las estatuas vivientes eran de lo más diversas: un romano con su túnica y su hoja de oliva en la cabeza, un trabajador metalúrgico todo pintado de plateado, una santa muerte que leía el destino, un Judío que te escribía tu nombre en hebreo. Las figuras eran de lo más diversas y mi memoria me falla para recordarlas todas. Caminamos todo 5 de mayo, hasta los pies de la Torre Latinoamericana, la cual afortunadamente sigue llamandose así, y no World Trade Center o Sheraton Hotel.
Enfrente de la torre latino, y un costado del Sanborns de los azulejos, nos encontramos con la opereta rupestre, que representaba un espectáculo graciosísmo de Opera para niños. Yo detesto los espectáculos infantiles, quizá por lo simplón de la mayoría. Sin embargo, éste me encantó por lo cómico, no podía dejar de reirme. Había vuelto a mi infancia en alguna época en que el teatro guiñol y el circo nos divertía. Ya estoy viejo, nunca me gustaron los videojuegos. Nunca fui bueno con el Atari. Quizá debi haber nacido en otra época, en otro siglo.
Después, de haber terminado nuestro recorrido hasta eje central, nos regresamos por Tacuba, queríamos ver si había actividades en la plazuela del Museo Nacional de Artes. Ya no había nada ahí, pero bajamos por Tacuba hacia el zócalo y entramos al Museo Interactivo de Economía, ahí tocaba una Gran Orquesta, viajamos en el tiempo en la ciudad, tocaron temas clásico de Frank Sinatra, Alcaráz, Pepe Sánchez, y hasta Rock and Roll. Los muchachos de la nueva generación, también danzaron y saltaron a su modo. Nosotros bailamos como pudimos y los viejos dieron sus pasos con cache. Una pareja de bailadores profesionales se lucía en el centro de la pista.
Esto duró hasta pasadas las 2 de la mañana, y a regañadientes nos fuimos cuando terminó el espectáculo, habíamos pedido varias veces, otra, otra canción. Y nos habían concedido un par de veces.
A esa hora, ya teníamos hambre, y nos fuimos al café de la Pagoda, que todas las noches de la Primavera está abierto en la madrugada. Yo me zampé un chicharrón con chile verde acompañado de frijoles refritos, un café con leche y una rosca. Tenía otro huequito, pero no lo llené para no indigestarme. Eran las tres de la mañana, y caminamos de regreso al hotel, que estaba a una cuadra del zócalo rumbo a Santo Domingo. La fiesta ya casi había terminado y había menos gente en la calle. Si no me he largado de este país, son por momentos como estos. Por la libertad que siento en esta ciudad, por esa libertad que no se concede, sino que uno mismo se la da. Así, fue la noche de la Primavera de este año, como lo han sido las anteriores, como serán las siguientes, si no nos asustamos demasiado.

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